Así me ha transformado el yoga
Tras 15 años de práctica, estos son los cambios que he notado.
A mí Argentina me dio mucho. Me dio amigos, experiencias, nuevas formas de entender la vida y de vivir el arte. Me dio arrojo y elocuencia, un master en lo que no quiero en mis relaciones y libertad para mostrarme y conectar desde mi esencia (en Buenos Aires nunca fui yo la más intensa). Me dio el bailar sin vergüenza, una nueva dimensión de la lengua y unas cuantas recetas. Y me dio, también, el yoga.
Lucía se llamaba mi primera profesora de yoga. Era amiga de Ezequiel, uno de mis siete compañeros de piso. Un día vino a verlo y desprendía una energía divina, vibrante y calmante a la vez. Nos invitó a practicar con ella. Cuando se marchó, tres de nosotros nos habíamos comprometido a asistir a sus clases particulares. Han pasado 15 años, pero el recuerdo de sus clases y de ese oasis que era su ph bonaerense permanece fresco en mi memoria como si hubiera sido ayer.
Gracias a Lucía me enamoré del yoga. Practiqué con ella dos veces por semana hasta que volví a España, donde emprendí un infructuoso peregrinaje en busca de un profe como ella. Empecé y abandoné la práctica varia veces durante los siguientes años. Probé diferentes estilos y escuelas, pero nada me enamoraba.
En 2018, ya trabajando como azafata y con una práctica más esporádica de lo que me gustaría, la vida me cruzó en un avión con Mathias, quien me invitó a practicar al día siguiente con él en un estudio de Nueva York. Allí volví a enamorarme del yoga. Me pasé un mes yendo a Nueva York cada semana y practicando Kundalini en Broadway. Lloré, reí, y sentí muchas, muchas cosas en esas clases que eran muy distintas a todo lo que había probado.
Tras ese mes, el yoga volvería a ser una constante en mi vida para siempre.
Seguí probando centros y estilos. Sin comprometerme con nada, más que con la práctica misma. Muchos días, preguntándome por qué me costaba tanto encontrar una profesora con la que me sintiera tan conectada como con Lucía, pero sabiendo que el yoga tenía que ser parte de mi vida, de una forma u otra.
Llega 2020: la pandemia me deja sin trabajo y con todos los centros de yoga cerrados. Una idea que había sobrevolado mi cabeza empieza a anidar en ella: ¿y si estudio yo para ser profesora de yoga?
Cinco años y más de 700 horas de formación después, el yoga se ha convertido en una parte sustancial de mi vida y he dejado de buscar a Lucía. He encontrado otros maestros que me han marcado tanto como ella y he encontrado a la Lucía que habita dentro de mí.
El yoga ya no es algo que practico dos veces por semana, sino algo que ha cambiado cómo vivo y cómo respiro. Me ha transformado, capa a capa, kosha a kosha, y he pensado que sería bonito compartir contigo cómo. Contarte, resumidamente, todo lo que 15 años de yoga me han aportado.
Diez maneras en las que el yoga me ha cambiado
1. He descubierto que mi cuerpo es mucho más fuerte, estable y flexible de lo que jamás hubiera imaginado.
Antes no podía mantenerme en el árbol sin tambalearme y me daban pánico las invertidas. Gritaba cuando tenía que subir al pino y pensaba que mis brazos jamás me sostendrían.
Ahora confío en mi cuerpo, lo amo y me siento más cómoda en él que nunca antes. Y eso, para cualquiera que haya crecido en la cultura de odia tu cuerpo y hazte todo lo pequeña que puedas de los noventa, es coronar una montaña muy alta.
2. He aprendido a relacionarme con la comida de una manera amable.
Ya no vivo en el ciclo de exceso, restricción y culpabilidad, en el que pasé atrapada mis primeros 30 años.
Escucho mi cuerpo, entiendo lo que necesita a cada momento y agradezco lo que me aporta cada alimento.
Elijo llevar una dieta con alta cantidad de alimentos nutritivos y frescos porque es lo que más me gusta y lo que mejor me sienta; pero el día que quiero un donut, me voy al Boldu y me lo como y le dedico cero unidades de pensamientos martirizantes.
¡No sabéis el éxtasis que sentí la primera vez que me compré un donut y me lo comí sin odiarme mientras lo hacía! ¡Auténtica ananda!
3. Ya (casi) no me enredo en bucles mentales.
He aprendido a observar mis pensamientos sin identificarme con ellos. Ya no busco respuestas enredándome en los hilos de mis razonamientos. Les hago espacio y observo qué sucede. Sé que la sabiduría y la claridad llegan cuando me desapego de ellos.
4. Me he hecho amiga de mi sombra.
Antes me avergonzaba de mis partes más oscuras. Me sentía fatal si tenía pensamientos o sentimientos que no encajaban con la persona que se supone que debía de ser.
Ahora entiendo que donde hay luz, hay sombra y que tener malos pensamientos no me hace peor persona. Entiendo que todo tiene lugar dentro nuestro y lo importante es lo que hacemos con ello.
He aprendido a escuchar todo, también lo que me disgusta y lo que me avergüenza. Sé que reprimiéndolo solo le otorgo más poder y que si, como decía Jung, no quiero que el inconsciente dirija mi vida, tengo que atreverme a dialogar con él.
5. Voy hacia adentro primero cuando algo me incomoda.
Entiendo que todo lo que veo fuera es un reflejo de mi mundo interior. Así que, cuando algo me incomoda, lo primero que hago es mirar hacia adentro.
Si me enfado, en lugar de proyectar mi ira, me pregunto qué herida se me ha abierto; si me ofendo, busco qué parte de mí he estado reprimiendo que ahora protesta al verse libre ahí afuera.
6. He perdido casi todas mis certezas por el camino.
Antes tenía opiniones de casi todo, ahora de casi nada. Ya no siento necesaria la falsa seguridad que aporta posicionarte con firmeza.
Mi mirada se ha vuelto más neutra: comprendo casi todos los puntos de vista, aunque no los comparta.
Mi seguridad proviene de una sola certeza, mucho más sutil e interna, que quizá puedas intuir entre las líneas de esta carta que te escribo.
7. Veo el miedo como un poderoso mensajero.
El miedo solía ser para mí como una señal de “Prohibido el paso”. Un señal clara de mantenerme a salvo y no continuar por ahí sino quería que algo terrible pasara, aunque nunca pudiera definir muy bien qué era eso tan horrible qué podría pasarme.
Ahora observo mis miedos con más neutralidad: entiendo que siempre me traen un mensaje, pero este puede ser el contrario a lo que siempre había pensado. Escucho el miedo, lo siento en el cuerpo y me pregunto: ¿hay un peligro real? ¿o esto que siento son nervios porque quiero que lo que voy a intentar salga bien?
He descubierto que muchas veces el miedo no se siente tan diferente del amor: ese dolor de panza, esas mariposas en el estómago que te indican que has encontrado algo que de verdad te importa.
8. Me siento parte de un todo, conectada.
Crecí sintiendo que no encajaba, que nadie me entendía. Ahora sé que todos somos iguales, todos tenemos los mismos miedos, dudas y ansiedades. Entiendo que todos somos células de este cuerpo cósmico y ya no he vuelto a sentirme aislada.
Cuando mejor comprendo esto es cuando floto en el mar. Me siento mar y gota, célula y cuerpo, planeta y universo. Cierro mis ojos y sé que todo está bien, aunque a veces no lo entienda.
9. Veo magia en todos lados.
Siento lo divino que hay en mí y en todo observando lo más cotidiano: los colores del cielo al atardecer, las nubes que preceden a una tormenta, la llamada que llega de esa persona en la que justo estás pensando, la carta que te muestra el mensaje que tu alma estaba necesitando, la flor que nace entre las grietas del cemento, el vaso de agua que me bebo cada mañana.
10. No puedo dejar de percibir a cada momento todo el amor que me rodea.
Lo veo en lo bueno, pero también en lo malo. Sé que el amor es el camino y el destino. Y que cuando te abre a él, está en todos lados.
Como dice la letra de uno de mis grupos de música favoritos: ama, ama, ama y ensancha el alma
Si estabas dudando y te estabas preguntando si el yoga merece tanto la pena, espero que estas letras te convenzan de, al menos, probarlo.
Si ya practicas, me encantaría conocer tu experiencia: ¿te sientes reflejado en alguno de estos cambios?
Por último, si estás en Barcelona, vente el sábado 21 a celebrar el solsticio y el día del yoga con nosotras. Habrá yoga, tarot, rituales y un pedazo de aquelarre. Escríbeme y te cuento más.
Un abrazo enorme,
Alba SL